Calentamiento emocional y pesimismo global

Preparando un curso, después de horas con la vista fijada en la pantalla, me doy cuenta de que las cervicales piden pausa.

Conecto el televisor para relajarme justo a la hora del telediario de noche.

Error: todas las noticias, sin excepción, son violentas aunque la mayoría suceden muy lejos de mí. Sin ayudas mecánicas tardaría días, quizás meses en llegar a los lugares que ponen en alerta mis emociones. A pesar de la distancia siento sensación de ahogo como si las terribles imágenes se hayan captado en la esquina de mi calle.

La necesidad en controlar atención, sensaciones y emociones ante estímulos externos es un mecanismo de supervivencia que proviene de un pasado remoto. Estábamos preparados para evitar una pedrada o un ataque de mamut, todos los peligros eran cercanos y los mecanismos de alerta estaban adaptados a esa proximidad.

La frase recurrente de «el mundo cada vez está peor» no es cierta, la historia nos demuestra que nunca habíamos estado tan bien, pero los medios seleccionan obsesivamente las desgracias de ocho mil millones de humanos y las presentan a nuestro sistema límbico que inevitablemente las sintoniza como cercanas, llegando a construir una visión de la realidad totalmente sesgada. A este hecho se suma la satisfacción que proporciona vivir a la contra, es una zona de confort que excluye la responsabilidad porque el mal se produce lejos y aparentemente fuera de mi área de influencia.

El pesimismo global se nutre de malas noticias filtradas por los medios para construir una imagen distópica del mundo actual y del futuro inmediato. Incluso ante datos que demuestran de forma rotunda la evolución positiva de la humanidad (esperanza de vida, enfermedades, alfabetización e incluso mejor distribución de la riqueza), el pesimista se convierte en maestro del «Cherry Piking» o falacia de le evidencia incompleta para elegir un solo dato, elevándolo a categoría que demuestra su amarga y a la vez falsa hipótesis.

Vuelvo al trabajo, me doy cuenta de que paradójicamente la clase que estoy preparando es «Comunicación no violenta». Y me planteo que, con la violencia que predomina en el mundo de la información y el entretenimiento, ¿cómo puedo convencer de que la teoría de que Marshall B. Rosenberg sobre la Comunicación No Violenta (CNV) es una buena solución? La respuesta es que la CNV funciona incluso si el entorno o la información que nos rodea no colaboran.

Escuchar sin juzgar funciona siempre bien, mostrar sin miedo mis necesidades e intentar entender las de otras personas son poderosas herramientas para quienes, lejos de perseguir a cualquier precio la atención, quieran crear soluciones a los problemas.

Abundando en la idea positiva con el ingenuo propósito de hacer frente a las hordas de pesimistas globales que se regocijan inventando un mundo terrible, muestro a continuación datos, siguiendo la primera premisa de la teoría de Rossenberg: mostrar sin juzgar. Quizás sea una gota refrigerante que permita bajar unas milésimas el calentamiento emocional que el pesimista global insiste en atizar cuál bombero pirómano.

Consultar en: https://verne.elpais.com/verne/2018/01/23/articulo/1516705169_487110.html

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