Autohipnosis de verano para mitigar ola de calor
Hay Una forma curiosa de transformar la experiencia sin cambiar la realidad: hablarle al inconsciente con metáforas absurdas para la razón. Es lo que genera una hipnosis cuando usa imágenes tan simbólicas o irracionales que la mente racional, incapaz de procesarlas, se detiene, dimite y deja paso a otra parte de nosotros que sí entiende. Diversos estudios, como los del neurocientífico Stephen Kosslyn en Harvard, han demostrado que imaginar vivencias activas (como sentir frío o calor) activa áreas cerebrales similares a las que se activan cuando realmente las vivimos. Y si una imagen puede alterar la vivencia de un trauma, ¿por qué no iba a suavizar una ola de calor? Aquí te ofrezco un ejercicio para refrescarte. No hace falta que me creas, solo hay que practicar dejando la razón a un lado, que no tiene nada que mediar en este asunto.
Ahora mismo imagina que estás dentro de un acuario inmenso, y que toda la gente que te rodea son peces. No son humanos sudorosos, aunque lo parezcan. No son turistas rojos como las langostas, son langostas. No ves niños pegajosos con granizados de fresa. No. Son peces brillantes, de piel húmeda y lisa, que nadan pausadamente por calles inundadas de agua fresca y translúcida. Los bolsos son aletas; las mochilas, conchas suaves. Se mueven con elegancia, sin prisa, como si el tiempo les resbalara como una burbuja. Míralos bien. Parece que hablan, pero no, solo abren la boca para tragar agua, que exhalan en silencio, como si respiraran a un ritmo secreto. Las camisetas que ondean, los cabellos húmedos, los zapatos arrastrándose —todo se convierte en una coreografía acuática, elegante, suave. Y sí, tú también eres un pez. De los que no tienen prisa y disfrutan paseando en el agua fresquita.
Porque claro que hace calor. Pero el calor no es solo físico. Es también un relato interno: “No puedo más”, “esto es insoportable”, “a ver cuándo se acaba”. Son frases que calientan más que el sol. En cambio, si sustituimos el relato por una fantasía —por imposible que sea— el cerebro se desvía. Y donde habitaba el ahogo, puede crecer curiosidad. Donde se escondía resistencia, puede nacer un juego.
No hace falta creerse la metáfora. Solo hace falta habitarla un rato. Unos minutos. Una mañana. Quizás en un trayecto de bus para imaginarte pez mientras superas semáforos y motos. Observa cómo todo fluye con lógica submarina. Quizá incluso te sorprendes ahora mismo respirando mejor. ¿Te das cuenta de cómo el aire (perdón, el agua) que te rodea es más fresco?
Y si alguien te mira raro mientras avanzas por la calle con cara de pez en paz, que se espabile. Tú ya te has quitado la piel de mamífero ahogado y estás practicando otra especie de libertad. Quizá incluso se sorprendan… pero los raros, en pleno verano, son los que aún van con la boca cerrada y el cerebro frito aumentando su termómetro emocional a fuerza de repetir aburridas, contagiosas e ineficaces quejas