Tomar decisiones: ¿mariposas o megadatos?

Durante mucho tiempo pensé que tomar una buena decisión era cuestión de contar con la mejor información. Leía, analizaba, preguntaba. Cuanto más sabía, más tranquilo me sentía. Ahora ya no lo veo igual.
Acompaño a personas que buscan certezas: ejecutivos, líderes, profesionales e incluso estudiantes que quieren hacer las cosas bien. Y todos, en algún momento, me preguntan lo mismo: “¿Cómo sé si esta decisión es la correcta?”.
Vivimos en la era del Deep Search: sistemas de inteligencia artificial capaces de leer miles de documentos, cruzar datos y ofrecer respuestas estructuradas en cuestión de segundos. Lo que antes requería semanas de análisis, hoy se resuelve con un clic. Impresiona. Si hubiera dispuesto de una herramienta similar hace veinte años, cuando era directivo, me habría sentido invencible. Pero ahora veo la otra cara de la moneda: esa necesidad de saberlo todo antes de decidir puede convertirse en una trampa sutil, que abre la puerta a saboteadores internos como el famoso Procrastinador. A veces, lo que tanto deseamos, cuando se cumple, trae consigo el efecto contrario al esperado. Disponer de todos los datos y de todas las opciones, gracias a la IA, puede generar un bloqueo decisivo difícil de superar. Es como un viajero que, antes de elegir su destino, revisa cientos de rutas, compara todos los hoteles y analiza cada actividad posible… hasta que el tiempo que dedica a decidir le impide disfrutar del viaje.
Hay decisiones que no se pueden justificar con datos. Lo que marca la diferencia, a menudo, es esa sensación en el estómago, ese cosquilleo, esas mariposas que aparecen cuando estás a punto de hacer algo importante. Por ejemplo: esa persona que te hace sonreír con una mirada. Te la encuentras, la tienes cerca y sientes que quieres decirle algo más. La cabeza duda, pero el corazón ya lo sabe. En ese instante, no hace falta más información. Hace falta valor. ¿Te suena?
En 1973, el profesor de Princeton Burton Malkiel, en su libro A Random Walk Down Wall Street, afirmaba que “un mono con los ojos vendados lanzando dardos a la sección de cotizaciones podría elegir mejor que un experto”. Y, efectivamente, estudios posteriores han confirmado que estas elecciones aleatorias superan a menudo el rendimiento de los analistas a largo plazo. Entonces, ¿qué hacemos cuando el azar y el instinto superan a la inteligencia planificada?
La inteligencia artificial puede ayudarte a entender el pasado, pero no sabe nada de lo que aún no existe. Las emociones, en cambio, sí tienen un radar para captar lo nuevo, lo posible, lo que todavía no se ha dicho pero ya se intuye. Las mariposas en el estómago son señales, no distracciones.
No se trata de oponer razón y emoción, sino de integrarlas. Lo que intento hacer —y lo que propongo a mis clientes— es muy sencillo: escuchar la cabeza, sí, pero no silenciar el cuerpo. A veces, lo más sabio es dejar de buscar respuestas y empezar a hacerse las preguntas correctas. Las que me hacen temblar un poco. Las que me conectan conmigo mismo.